por La India | Oct 29, 2018 | Flamenconsciente, Ser Consciente
En mi adolescencia era aficionada a las novelas y telenovelas, vibraba con los personajes y sus dramas encarnando apasionadamente sus papeles. Cuando finalmente los protagonistas en cuestión se encontraban y se daban el sí para siempre, terminaba. Justo cuando podía comenzar a disfrutar sin tensiones de esa ansiada felicidad no había más libreto. Me quedaba con una sensación de vacío, que sólo la cubría comenzando con una nueva.
Lo que se hace intolerante es ese vacío existencial que sólo se llena con melodrama relacional. La montaña rusa llega al fin del recorrido y toca decidir qué hacer ¿Otra vuelta o sentarse a mirar cómo gira?
Ahora prefiero sentarme y mirar la montaña rusa a la que subí, donde grité del horror y lloré del miedo, me quise bajar cuando estaba en la cima, reí histéricamente entre risas desconocidas, en definitiva, siempre estuve sola ante la posibilidad de morir ante el peligro o perder a alguien amado en una curva.
Me imagino la felicidad como poder sostenerme una cinta transportadora, siendo yo una maleta que contiene solo lo importante y dejándome llevar por el destino.
Siento que fui apretado el botón de detener hace algún tiempo y como una locomotora, que va aminorando la velocidad hasta quedar detenida lentamente. Ahora puedo bajar porque todo está en calma, soy capaz de observar y ser objetiva con el juego emocional de la vida en el que ya no me interesa participar. Lo que espero, después de esta comprensión, es ponerlo en práctica y aunque mi ego me ponga zancadillas para olvidarlo, este testimonio que he ido reflejando en estos diez días de reflexión, me ayudarán a volver a contemplar la montaña rusa desde abajo, porque allí es donde quiero estar. Al menos ahora, sé cómo volver a tierra firme y a mi centro, toda vez que lo olvide.
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Flamenca. Terapeuta Corporal. Escritora
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por La India | Oct 28, 2018 | Flamenconsciente, Ser Consciente
“Cuando nuestra vida se transforma por completo el dolor es la primera cosa que producimos a nuestro alrededor y es necesario comprender que hay numerosos inocentes y muchas vidas son sacrificadas”.(La ley del avance- A.Jodorowsky)
Esta frase, me hizo un fuerte estruendo, por lo dura y por lo real. Yo me he transformado por completo cuando decidí divorciarme y luego cuando decidí venir a vivir a Sevilla, ambos momentos ocasionaron dolor a mis hijos, a mi madre y las personas que estaban a mi alrededor.
Mis hijos me han guiado desde que tengo dieciocho años, mi vida fue marcada paso a paso por mi amor incondicional para con ellos. Siempre creí que, de no haber sido por ellos, me hubiera perdido por ahí.
Ciertamente no he tomado decisiones cómodas y agradables desde su perspectiva infantil. Los obligué a transformarse con mis transformaciones proponiéndoles desafíos fuertes, sintiendo que eran los caminos a seguir en los respectivos momentos y que por duro que es un divorcio y una migración de continente, siempre tuve la esperanza que sacarían partido y así entonces me perdonarían.
La culpa que cargamos los padres es arquetípica, nadie puede escapar a ella. Ninguna madre es feliz viendo una sola lagrima caer por la mejilla de un hijo, tenga este la edad que tenga. El único alivio es sentir que -es por su bien-. Nos toca decidir por el mayor bien de un ser pequeño, inocente e indefenso, como si tuviéramos tamaña maestría para decidir por la propia vida y por supuesto cargar luego con las consecuencias.
Es difícil aceptar el dolor de los hijos, soportar la rebeldía adolescente tan necesaria para ellos y tan injusta para nosotras. Es difícil observar como pelean con la vida sin protegerlos. Qué difícil es ser “buena” madre y qué lucha innecesaria la de pretender serlo.
Si mi madre hubiera sido la madre que yo soñaba, poco recurso hubiera desarrollado yo en mi vida. Sólo puedo sanarme como mamá cuando miro a mi madre y le agradezco haber sido tal cual fue. Aprendí con ella lo que necesitaba y pude decírselo en vida y aprendo con mis hijos a ser madre y aceptarme como tal, confiando en ellos y en su vida.
Mi niño Emi y mi niña Faus en mi corazón, como parte indisoluble de mí. El hombre y la mujer que son, están ahora maternados por la vida, pero mi felicidad siempre dependerá de sus sonrisas. Y el niño de mi niña, mi nieto Simón, es el regalo de Amor que la fuerza de la vida me ofrece para seguir aprendiendo.
La India
Flamenca-Terapeuta Corporal. Escritora
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por La India | Oct 27, 2018 | Flamenconsciente, Pareja Consciente, Ser Consciente
La intimidad de la pareja es un sagrario al que hay que rendir culto. Un hábito a desarrollar que nos eleva la energía de la relación a su máximo exponente.
No es casual que me sienta enamorada como el primer día. Siempre fuimos muy conscientes de que aquella primera vez en que nos unimos en cuerpo, corazón y alma, queríamos que fuera para siempre, pero no lo dejamos al azar y nunca lo dimos por hecho.
El amor incondicional en la pareja es un camino de evolución, es la gran paradoja en la que cada integrante conserva la individualidad al tiempo que se une al otro.
Al principio el enamoramiento es muy fácil, no hay nada que hacer, ocurre por obra y gracia del espíritu de la pasión que mueve ese amor en todas direcciones. Luego, cuando el asedio de las normas y estructuras nos enfrentan cerrando la montera, vamos olvidando y espaciando esos tiempos tan sublimes de conexión que nos dan la vida. Hasta que, un día de enfado, no tienes nada que te recuerde todo lo que te gusta tu pareja, lo feliz que te hace sentir, lo rico que huele, la textura de su piel. Por el contrario, recuerdas que no es la primera vez que te enfadas por esta cuestión, que las cosas no cambian y que a tu pareja no le importa nada lo que sientes. Un día de enfado, engorda más el saco de las cuentas pendientes.
Cuando en el recuerdo aflora la fiesta de amor del encuentro sincero, entonces el enfado es solo un momento de liberación de energía excedente.
La polaridad en la que existimos aniquila toda posible unidad, nos hace olvidarla por completo con el intento de debilitar nuestras dotes naturales y por supuesto, desnutriendo poco a poco al amor de la pareja y sucede justo en el momento en el que el enfado, ya no les permitió recordar para qué se eligieron.
Para alimentar el recuerdo de la identidad genuina de la pareja, es ideal acordar el tiempo y el espacio en que ambos -adultos absorbidos por el estrés- se disponen a soltar amarras y estar disponibles para abrirse a la penetración física, emocional y espiritual. Una sexualidad sagrada que reconecta a cada quien consigo mismo, a través del mirar en los ojos del ser amado, como si te miraras al espejo.
Así el recuerdo del amor que ambos comparten, se hace fuerte y un día de enfado es solo el juego neurótico, incluso gracioso, en el que ambos se miden y se provocan expresando la fuerza. Es la energía masculina que se completa con la energía femenina de la relación, o sea: la intimidad sagrada y total del encuentro.
Si la energía de la pareja se desbalancea haciéndose solo masculina, se hace guerrera y fálica, pero en su justa medida, equilibrándose con lo femenino y receptivo, la pareja se hace íntima y cómplice completando un ciclo de carga y descarga emocional saludable.
La India
Flamenca. Terapeuta Corporal. Escritora
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por La India | Oct 25, 2018 | Flamenconsciente, Ser Consciente
¿Cuántas de las veces que has recibido una agresión o te han causado dolor ha sido por la intención clara y directa de lastimarte? ¿Quién realmente ha venido a por ti para hacerte daño? La mayoría de las veces nos sentimos lastimados sin intención real de la otra persona, sino por su propio dolor.
Con cincuenta años el cuerpo se equilibra, la fuerza merma y se usa comedidamente dando golpes sabios y de efecto -más maña que fuerza, como decía mi abuela-. El corazón comienza a filtrar aquello que realmente tiene sentido, dejando de lado dramas existenciales y vacíos de contenido, pero muy llenos de neurosis sin fin. La mente está llena de “cuentos chinos”, por eso comienzas a olvidar las historias que antes te relatabas con pelos y señales, juicios y reclamos, actuando como víctima. Lo ocurrido se va quedando en una nebulosa y la experiencia es tu gran aprendizaje por el que nunca más volverás a pagar.
El perdón es una necesidad personal, es elegir no guardar rencor, sino agradecer la experiencia y seguir tu camino.
El ser pequeño que hay en ti necesita perdonar a sus padres una y otra vez, hasta que, con el tiempo y la comprensión, ves en ellos la fuerza de la vida que hizo que tú seas hoy, aquí y ahora. En ese instante maduras perdonando a tus padres, recuperando para ti solo el amor que te trajo a la vida y que es mucho más grande que los hechos ocurridos.
El largo camino que se cierne en tu vida adulta, es el de perdonarte a ti aceptando que lo que has hecho, ha sido como has podido, con lo que has tenido y como has sabido. Ahora reconoces en tus acciones el amor tóxico con el que se han movido y aceptas tu falta de herramientas para hacerlo mejor, porque es muy probable que ahora hayas sido tú, quien ha lastimado a otros, sobre todo a hijos. La visión se amplia y te ves como tus padres, recibiendo en carne propia y viva aquello que tú misma has hecho con ellos: reclamar activa o pasivamente respuestas para tu vida. A quién más ibas a pedirle cuentas sino, después de todo, ellos te han traído.
Y el “cuento chino” vuelve a comenzar, pero esta vez te toca estar en el lugar de perpetradora. Por eso, al perdonar te perdonas a ti, porque aquello que tienes que perdonar a alguien, sin lugar a dudas, es lo mismo que tienes que perdonarte a ti.
Perdonarte es la decisión de salir del juego de víctima y perpetrador, aceptando que las cosas fueron como pudieron ser. La única manera de poner remedio es aceptar tu responsabilidad, pedir perdón por ello y perdonar en tu corazón a quien te hizo daño, porque ahora sabes que fue lo mejor que pudo hacer con las herramientas que tenía.
La India
Flamenca. Terapeuta Corporal. Escritora
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por La India | Jun 14, 2018 | Flamenconsciente, Ser Consciente
Como aquellas gitanas de la avenida de la Constitución, que junto a su ramito de romero ven allí tu vida entera, eres tú quien tiene que descubrir en tus propias manos tu suerte, tu destino y tu verdad.
En la expresión, los gestos y el movimiento personal de tus manos está ese aspecto profundo y emocional de ti. En tus manos está, nunca mejor dicho, descubrir tu mundo interior.
Es con ellas con quien tocas tu corazón y si te fijas, no puedes hacerlo tan naturalmente con ninguna otra parte de tu cuerpo. Presta atención a las veces, en las que señalas tu pecho indicando al corazón cuando hablas de ti y de una forma automática y sin sentido no estás presente en ello. Las manos con sus cinco dedos como los tentáculos de tus brazos y hombros, son la expresión, la expansión, la voz y el lenguaje de tu corazón. Cuando tú bailas, ellas expresan las memorias profundas de tu alma alojadas en tu corazón, tanto si lo sabes o no, esto es así y no puedes controlarlo.
Las manos no son algo que pueda estructurarse como una escobilla de pies, la expresión de las manos es algo que surge con el tiempo a medida que, cómo alumna o alumno avanzado, vas “imprimiendo tu personalidad” o “descubriendo quién eres”. Hay una gran diferencia en estas dos premisas y es el quid de la cuestión desmenuzarlas.
La primera viene del ego, de lo que crees de ti, de tu mente, de la personalidad que él crea para sobrevivir en la vida. La segunda viene de tu corazón, de lo que sientes, de tu intuición y es quien expresa tu esencia. Cuando imprimes tu personalidad a las manos, es tu ego quien se expresa y cuando vas descubriendo paso a paso quien eres, es tu esencia la que se asoma.
Ellas, las manos, también aprenden a crear una estructura o una forma ideal de ser o moverse siguiendo las órdenes de tu mente, del mismo modo que lo hace el resto de tu cuerpo, pero la diferencia es que ellas son más sensibles al corazón que a la mente y cuando bailas se desmarcan rápidamente del ego.
El cuerpo mantiene la estructura de la colocación dentro del compás, con el paso correcto y bien hecho bajo las ordenes mentales, pudiendo desconectar de la emoción. Ellas, al no tener que sostener ninguna estructura, sincronizan lo que está ocurriendo entre tus emociones y los estímulos externos; respondiendo visceralmente pueden cambiar de temperatura rápidamente, se humedecen, pican, se calientan, sudan, se mueven sin control temblando o teniendo un tic nervioso. Expresan la inocencia de la autenticidad desde el momento cero, porque están en la línea directa del corazón exhibiendo lo que él siente y que el resto de tu cuerpo intenta disimular. A ellas no puedes exigirles arte, pellizco, flamencura, aunque las entrenes, por el contrario el cuerpo puede vestirse con el disfraz de lunares, pero literalmente, ellas salen desnudas.
El flamenco tiene una técnica y una estructura muy clara cuando de baile se trata. Existe técnica de manos donde la muñeca tiene ejercicios y cada dedo puede entrenarse para adquirir movilidad y soltura. Pero la mano como expresión de unidad, es decir, la palma de la mano donde el tacto es agudo y la percepción es precisa, al punto de reconocer al tacto el rostro de las personas que amamos, no puedes ponerle un guante, una forma flamenca que impida el fluir de la energía de la vida que late en tu corazón, porque pierdes el único punto de todo tu cuerpo que a la hora de bailar flamenco no responde a un método. Las manos se sostienen en la estructura de un brazo bien colocado y alineado, pero son libres de esa armazón.
La India
Terapeuta corporal flamenca, escritora
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