Hay que hablar del Amor, hay que dar testimonio porque “El Amor es el centro de nuestras vidas”como dice Víctor García Serrano (analista corporal de la relación). No hay que ser catedrático ni poeta para hablar de amor, hay que ser vividor – es decir: ser parte de la experiencia de la vida, con toda su intensidad y extensión: vivir la vida viviendo -valga la redundancia- es estar despiert@ y abiert@ a la intuición como canal de conexión a nuestro ser superior; es vivir una vida grande y mágica donde tú mandas y ordenas las vivencias. El baile flamenco tiene ese poder. La guitarra tiene su autonomía dando un concierto donde sus armónicos, acordes y sonidos pueden descubrir y elevar al Ser que la ejecuta con la energía de todo su cuerpo, bordándola con un meticuloso y delicado ejercicio táctil. Cuando aparece acompañando al cante con sus divinos sonidos, la guitarra se entrega humildemente para enaltecer la voz humana, producto del aire que atraviesa los pulmones y se modula en su salida por la tráquea en los resonadores de la boca. Así la guitarra y el cante se crecen mutuamente. Cuando el baile entra en escena, se hace capitán utilizando en su favor todas las posibilidades que el Universo Flamenco tiene para darle:escogiendo lo que necesita en cada momento, pidiendo para recibir, porque la guitarra y el cante están allí para ofrecer. Está en la claridad de ese pedido, del pedido del bailaor que  con indicaciones  precisas, directas y seguras obtiene lo que desea para iluminar su creación, empoderando su arte. Sintiendo plenitud, paz y realización…todas ellas, cualidades del estado de amorosidad. Del mismo modo pedimos al Universo con firmesa y autoridad, sabiedo en lo profundo que esta allí para servirnos, deseoso de que lo pongamos a trabajar para nosotros, así las sincronicidades abren el camino para que justo aquello que necesitamos se manifieste como una  nueva experiencia de evolución, sintiendo que somos merecedores de esa inmensidad, por que así Es. 
 «La India»