Cuenta mi madre que el día que me dio a luz se esperaba una gran tormenta. Cuando era pequeña me encantaba oír su historia de mi nacimiento, relataba que el médico miraba por la ventana y mientras le pedía que respirara decía: “¿Ve esas nubes negras de allí? En cuanto caiga la tormenta nacerá su bebito”. Así fue, ella me decía: “cuando tu naciste el cielo se partió en dos” y me lo recordaba cada 30 de octubre, porque llovía cada vez y yo me enfadaba porque no podríamos jugar en el jardín.

Ser una mujer de cincuenta años para toda adolescente es algo impensable. Para una de 30 es algo lejano, para una de 40 aún falta mucho y para una de 50 es un alivio.

Cuando el tiempo comienza a cobrar sentido inmediato en la adolescencia, la exigencia está puesta en el estudio o en dedicarse a algo, en la juventud en mejorar el rumbo de ese algo perfeccionándolo, en la pseudomadurez algo se transforma en una obsesión y un medio para alcanzar el status social. Pero cuando tenemos todo el tiempo por delante para poder centrarnos, encontrarnos y expresarnos con autenticidad: somos ineptos, ignorantes y confusos emocionalmente.

Antes de saber quién era, fui mujer, madre, amante, amiga, trabajadora, fueron roles que tuve y que tenemos que desarrollar a ciegas, siguiendo programas impuestos por la sociedad que hay que cumplir con la urgencia del “ya mismo”, antes de que sea tarde.

El tiempo es un sabio y paciente maestro que me acompañó a descubrir el destino paso a paso. El tiempo espera que juegues tu juego, el tiempo es tiempo y su sentido es ser tiempo eterno. Es el humano el que no tiene tiempo y cuanto más tiempo use más tiempo pierde. El tiempo a cada instante perece, pero, la trampa está en que, en el futuro: cobra vida.

Muchas veces nos deslizamos en el tiempo, con el infantil deseo que pase arrastrando consigo aquello que duele, entonces, cierras los ojos y te autoengañas, pierdes en ese tiempo el momento de mirarte profundamente para encontrar tu esencia, aquella marcada por el destino como lo que tu ser tiene pensado para ti.

El alivio que siento con mis cincuenta años es por haber dejado de estirar el tiempo, de pelear contra el destino y malgastar mis fuerzas. Ahora decido comenzar a aprovecharlo y ser cada día un poco más consciente de mi, de lo que siento, dónde lo siento, cómo lo siento y ponerme en coherencia con ello. Porque ahora comprendo que todo lo que esté fuera de esa alineación es perder el tiempo.

La India

Flamenca. Terapeuta Corporal. Escritora

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