¿Cuántas de las veces que has recibido una agresión o te han causado dolor ha sido por la intención clara y directa de lastimarte? ¿Quién realmente ha venido a por ti para hacerte daño? La mayoría de las veces nos sentimos lastimados sin intención real de la otra persona, sino por su propio dolor.

                Con cincuenta años el cuerpo se equilibra, la fuerza merma y se usa comedidamente dando golpes sabios y de efecto -más maña que fuerza, como decía mi abuela-. El corazón comienza a filtrar aquello que realmente tiene sentido, dejando de lado dramas existenciales y vacíos de contenido, pero muy llenos de neurosis sin fin. La mente está llena de “cuentos chinos”, por eso comienzas a olvidar las historias que antes te relatabas con pelos y señales, juicios y reclamos, actuando como víctima. Lo ocurrido se va quedando en una nebulosa y la experiencia es tu gran aprendizaje por el que nunca más volverás a pagar.

El perdón es una necesidad personal, es elegir no guardar rencor, sino agradecer la experiencia y seguir tu camino.

El ser pequeño que hay en ti necesita perdonar a sus padres una y otra vez, hasta que, con el tiempo y la comprensión, ves en ellos la fuerza de la vida que hizo que tú seas hoy, aquí y ahora. En ese instante maduras perdonando a tus padres, recuperando para ti solo el amor que te trajo a la vida y que es mucho más grande que los hechos ocurridos.

El largo camino que se cierne en tu vida adulta, es el de perdonarte a ti aceptando que lo que has hecho, ha sido como has podido, con lo que has tenido y como has sabido. Ahora reconoces en tus acciones el amor tóxico con el que se han movido y aceptas tu falta de herramientas para hacerlo mejor, porque es muy probable que ahora hayas sido tú, quien ha lastimado a otros, sobre todo a hijos. La visión se amplia y te ves como tus padres, recibiendo en carne propia y viva aquello que tú misma has hecho con ellos: reclamar activa o pasivamente respuestas para tu vida. A quién más ibas a pedirle cuentas sino, después de todo, ellos te han traído.

Y el “cuento chino” vuelve a comenzar, pero esta vez te toca estar en el lugar de perpetradora. Por eso, al perdonar te perdonas a ti, porque aquello que tienes que perdonar a alguien, sin lugar a dudas, es lo mismo que tienes que perdonarte a ti.

Perdonarte es la decisión de salir del juego de víctima y perpetrador, aceptando que las cosas fueron como pudieron ser. La única manera de poner remedio es aceptar tu responsabilidad, pedir perdón por ello y perdonar en tu corazón a quien te hizo daño, porque ahora sabes que fue lo mejor que pudo hacer con las herramientas que tenía.

La India

Flamenca. Terapeuta Corporal. Escritora

www.la-india.es