La intimidad de la pareja es un sagrario al que hay que rendir culto. Un hábito a desarrollar que nos eleva la energía de la relación a su máximo exponente.

No es casual que me sienta enamorada como el primer día. Siempre fuimos muy conscientes de que aquella primera vez en que nos unimos en cuerpo, corazón y alma, queríamos que fuera para siempre, pero no lo dejamos al azar y nunca lo dimos por hecho.

El amor incondicional en la pareja es un camino de evolución, es la gran paradoja en la que cada integrante conserva la individualidad al tiempo que se une al otro.
Al principio el enamoramiento es muy fácil, no hay nada que hacer, ocurre por obra y gracia del espíritu de la pasión que mueve ese amor en todas direcciones. Luego, cuando el asedio de las normas y estructuras nos enfrentan cerrando la montera, vamos olvidando y espaciando esos tiempos tan sublimes de conexión que nos dan la vida. Hasta que, un día de enfado, no tienes nada que te recuerde todo lo que te gusta tu pareja, lo feliz que te hace sentir, lo rico que huele, la textura de su piel. Por el contrario, recuerdas que no es la primera vez que te enfadas por esta cuestión, que las cosas no cambian y que a tu pareja no le importa nada lo que sientes. Un día de enfado, engorda más el saco de las cuentas pendientes.

Cuando en el recuerdo aflora la fiesta de amor del encuentro sincero, entonces el enfado es solo un momento de liberación de energía excedente.

La polaridad en la que existimos aniquila toda posible unidad, nos hace olvidarla por completo con el intento de debilitar nuestras dotes naturales y por supuesto, desnutriendo poco a poco al amor de la pareja y sucede justo en el momento en el que el enfado, ya no les permitió recordar para qué se eligieron.

Para alimentar el recuerdo de la identidad genuina de la pareja, es ideal acordar el tiempo y el espacio en que ambos -adultos absorbidos por el estrés- se disponen a soltar amarras y estar disponibles para abrirse a la penetración física, emocional y espiritual. Una sexualidad sagrada que reconecta a cada quien consigo mismo, a través del mirar en los ojos del ser amado, como si te miraras al espejo.

Así el recuerdo del amor que ambos comparten, se hace fuerte y un día de enfado es solo el juego neurótico, incluso gracioso, en el que ambos se miden y se provocan expresando la fuerza. Es la energía masculina que se completa con la energía femenina de la relación, o sea: la intimidad sagrada y total del encuentro.

Si la energía de la pareja se desbalancea haciéndose solo masculina, se hace guerrera y fálica, pero en su justa medida, equilibrándose con lo femenino y receptivo, la pareja se hace íntima y cómplice completando un ciclo de carga y descarga emocional saludable.

La India
Flamenca. Terapeuta Corporal. Escritora
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